God of War: Ragnarok llegó para convertirse en el mejor juego de la saga con una historia vibrante y una jugabilidad descomunal.
Esta secuela nos lleva los acontecimientos posteriores al título que se estrenó en 2018, el cual cambió por completo la fórmula del combate, lo que fue un gran acierto por Santa Mónica.
Ahora, en Ragnarok, nos encontramos con un título que es superior a su predecesor en todos los sentidos.
La acción está mejor realizada con aspectos que la vuelve más dinámica como es el hecho de los escenarios a la hora de pelear.
La verticalidad en el entorno es un punto a favor en los combates, así como la movilidad que presenta Kratos y todos los protagonistas jugables.
El tema de la progresión es también superior con respecto al del 2018 y esto pasa porque no solo jugaremos con el Dios espartano.
Gracias a esta situación vamos a sentir que avanzamos muy rápido a pesar de que en la cronología del juego no sea así.
Dentro del apartado gráfico God of War: Ragnarok es de alta calidad y se vuelve uno de los referentes de los últimos años.
Más allá de los gráficos, resaltaré la capacidad de inmersión que nos ofrece este espectacular viaje. Los sonidos ambientales, los detalles de los escenarios; todos los detalles crean una atmósfera perfecta.
No hablaré de la historia para evitar cualquier tipo de spoiler, pero el guion es excelso por cómo se desarrollan los personajes y las grandes emociones que ofrece.
Como conclusión, God of War: Ragnarok es una odisea digna del recuerdo con el pasar de los años. Es fuerte en todos los aspectos y por eso es uno de los contendientes para ser el Juego del Año.
Santa Mónica acertó en cambiar el modo de juego de la saga y en llevar a Kratos a la cultura nórdica.
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